“Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. Mi padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre.” Juan 10: 27-29
Un pastor del este le contó aun amigo mío que sus ovejas conocían su voz y que ningún extraño podía engañarlas. El caballero pensó que sería bueno comprobar si eso era cierto. Así que se puso la túnica y el turbante del pastor, tomó el cayado y se acercó al rebaño. Él impostó su voz, para hacerla lo más parecida posible a la del pastor, pero no pudo lograr que ni una sola oveja lo siguiera. Le preguntó al hombre si nunca ninguna de ellas había seguido a un extraño. Él debió confesarle que si una oveja se volvía enfermiza, seguiría a cualquiera.
De la misma manera sucede con los que se dicen cristianos: cuando se vuelven enfermos y débiles en la fe, siguen a cualquier maestro que pasa por su camino. Pero cuando su alma está sana, un hombre no será arrastrado por errores y herejías. Sabrá si “la voz” habla la verdad o no. Enseguida lo dirá, si está realmente en comunión con Dios. Cuando Dios envía un verdadero mensajero, sus palabras encontrarán una pronta respuesta en el corazón del cristiano.
Un amigo mío perdió a todos sus hijos. Ningún hombre podía amar más su familia, pero la escarlatina se los llevó uno a uno hasta que todos murieron. Los pobres padres regresaron a Gran Bretaña y allí anduvieron errantes de un lugar a otro, hasta que acabaron por ir a Siria. Un día vieron a un pastor descender a un río y llamar a sus ovejas para que cruzasen del otro lado. Las ovejas llegaron hasta el borde, miraron el agua, pero parecía encogerse ante ella. El hombre no podía lograr que obedecieran al llamado. Entonces él cruzó nuevamente y tomó a una pequeña oveja y la puso debajo de su brazo, y así cruzó el río. Las demás ovejas no tardaron en seguir al pastor, y pronto estaban todas del otro lado, ansiosas por ir a comer de aquellos pastos nuevos y frescos.
Los desconsolados padres al mirar la escena, sintieron que aquello les había dado una lección: no se quejaron más porque comprendieron que el Buen Pastor había tomado a sus ovejas una por una y las había llevado a un mundo más allá. Comenzaron a alzar la vista y a esperar aquel día en que ellos seguirían a las amadas que habían perdido.
Seamos fieles a Él y sigámosle mientras estamos en este mundo. Y si aún no lo ha tomado como su Pastor, hágalo desde este día en adelante.
Fragmento tomado del libro El camino hacia Dios de Dwight L. Moody